lunes, 28 de octubre de 2013

La vida de Adèle

Tras meses oyendo hablar de la película que que sacudía Cannes y conseguía la Palma de Oro más esperada y unánime de los últimos años, de la cinta que acaparaba -y acapara- las páginas centrales de Cahiers du cinéma y de los medios cinéfilos y culturales de medio mundo, llega a las pantallas españolas La vida de Adèle de Abdellatif Kechiche. A partir del cómic Blue is the warmest colour de Julie Maroh, el realizador francés construye su propia visión, una que vuela libre, y convierte esta historia de amor lésbico en un largometraje sobre el amor como concepto, que roza la perfección.


A diferencia del cómic, la película se centra -como su título indica- en el personaje de Adèle (Adèle Exarchopoulos) y su evolución desde su adolescencia hasta los veintitantos años en la ciudad francesa de Lille. Es esta primera etapa adolescente cuando Adèle estudia a Pierre Marivaux en clase de literatura, cuando reflexiona sobre los caprichos del azar en el amor, y cuando se cruza, por este mismo azar, con una  chica andrógina de pelo azul. Y con un cruce de miradas comienza el despertar a su verdadera sexualidad,  a una voraz, acorde a lo carnal del personaje de Adèle, que come con su boca redonda siempre abierta, que sorbe con ansia los espaguetis boloñesa y que lame los restos de salsas de los cubiertos o de sus dedos, siempre con el pelo revuelto en una maraña. Pero sobre todo, este encuentro fortuito, da comienzo a la historia de un gran amor, de esos grandes amores que les ocurren a muy pocas personas y sólo una vez en la vida, de los que proporcionan la máxima felicidad, de los que crean las mayores dependencias, tan perturbadores como vibrantes.

En el momento del encuentro, Emma (Léa Seydoux), la chica del pelo azul, es una estudiante de cuarto Bellas Artes, una veinteañera burguesa mucho más experimentada que su compañera adolescente, con aspiraciones intelectuales y un entorno afín, en  este marco de la sociedad elitista de la provincia francesa. Se declara amante de la filosofía de Sartre, de la reafirmación de su propio yo y de las ostras maridadas con un buen vino. Juntas, aunque con Emma siempre marcando el ritmo, emprenden un camino común a pesar de su diferencia de clases y, por tanto, de sus educaciones sociales y sentimentales, que cumple un ciclo en sus vidas, con desiguales consecuencias para cada una.


Kechiche basa su realización en los primeros planos de las actrices, mimados hasta el último detalle, con un uso espléndido de la luz en sus expresiones, especialmente en los exteriores. Rueda también esas escenas de sexo explícito entre ambas, de las que tanto se ha hablado, de forma tan febril como delicada, con primeros planos de sus cuerpos, del éxtasis de sus caras, con planos detalles de sus manos y de sus pieles. El realizador de origen magrebí no parece buscar el morbo del sexo entre dos mujeres, sino la expresión del amor en el sexo, la intimidad de una relación de ese amor con mayúsculas, donde la carga erótica es inherente a su autenticidad. Si las escenas de sexo son brillantes, las de amor son aún mejores y en todos los casos las actuaciones naturalistas de ambas son sobresalientes, si bien es cierto que la joven Adèle es mágica en la pantalla, más aún que su famosa compañera.


Envuelta en un cúmulo de polémicas sobre las condiciones a las que Kechiche sometía en rodaje a los técnicos y, especialmente, a las actrices protagonistas, el realizador se defiende en los medios con el argumento principal del conservadurismo de la industria francesa y sus protocolos y el rechazo al cine de los márgenes. Sea como sea, la película constituye el hallazgo del año en las carteleras, por su veracidad y la intensidad de su historia, que deja al espectador en un extraño estado de turbación.

*Debajo del trailer dejo algunas notas personales que contienen spoiler de la película.


Notas personales

Kechiche narra la ruptura de la pareja con una intensidad desgarradora, sin perder la sutileza a la hora de describir a los personajes y sus psicologías. La incapacidad de Adèle para gestionar sus emociones, como la soledad y la indiferencia a las que Emma  le somete, se retrata desde una cierta cobardía y comodidad  en el personaje principal, en paralelo al retrato snob y cuidadosamente manipulador de la chica del pelo azul.

Si en las cenas con las familias de cada una asistimos a un retrato de clases a través del lenguaje y la comida, en la cena con los amigos de Emma asistimos al principio del fin de la relación de las protagonistas por el mismo problema, aunque esta vez con el entorno social como elemento de diferenciación. La conversación que ambas mantienen en la cama tras la fiesta, la insistencia de Emma por la realización de Adèle -con el único fin de su propia realización a través de una pareja a la altura de sus expectativas- y el primer rechazo sexual explícito marcan el punto de inflexión de largometraje.

La secuencia de la ruptura es una de las más polémicas en cuanto al realismo que Kechiche exigió a las actrices en la violencia de la escena y el número de repeticiones de la misma. El resultado es de una naturalidad abrumadora, que pone de manifiesto una vez más la hipocresía del personaje de Emma, en unas circunsyancias casi idénticas que quedan patentes en la secuencia final de la inauguración de sus cuadros, a través de la obra de la pintora.

Las secuncias de sufrimiento de Adèle provocan absoluta desolación en el espectador a través de su magistral interpretación de la desesperación en forma de cigarros temblorosos, llantos a lo largo de varios años -por las calles, en el mar, en la cama- y una demoledora escena en la que duerme en el banco que ambas compartían en tiempos mejores. El rencuentro de ambas tres años después brilla en la película por su dureza, con una Adèle rota rozando lo patético frente a una Emma en una posición superior y con una asombrosa capacidad para rehacer su vida en lo que se intuye muy poco tiempo. El director utiliza de nuevo la violencia de los sentimientos, en este caso a través del sexo, para dejar patente la desesperación que puede  causar el amor o, al menos, ese tipo de amor.

Dejo una pieza de la BSO, en torno al mar, al océano y a la corriente de los ríos, todos de color tan azul como el pelo de Emma.







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